Extrañas criaturitas | volver |
La cuestión estriba en que todas las criaturitas deben resultarnos familiares y a la vez extrañísimas. Les añadimos por ello colores y defectos muy llamativos. Si se trata de seres reales, pues damos en reirnos de su estatura y color, versus orientales y otros que enseguida veremos. Si son criaturillas imaginarias, hacemos todo lo posible por defenestrarlos, pariéndolos cual engendros pequeñuelos y estúpidos. ¿Y qué me dicen ustedes de los negros?. Aquí la naturaleza nos ha jugado una mala pasada, pues queda en entredicho nuestra genitalidad longicauda, lucidora de paquetón y exploradora de puntos G. ¡Pues no, señores!... Para desquitarnos tenemos a los genuinos pigmeos. ¡Oh, cuantas veces hemos utilizado como insultos las palabras pigmeo, enano, liliputiense, pitufo, medio hombre ...! En este país donde la envidia es el pecado nacional, tuvimos como presidente del gobierno a un señor de talla bonsai, Carlos Menem... y después se quejan. Eso nos engrandece sobremanera, pues al verlo tan petiso, patilludo, cara de fiestero en pedo, crece nuestra propia autoestima. Lo malo sería contar con un presidente que diese la imagen de un Richard Gere o un Harrison Ford, pues entonces nos sentiríamos tremendamente humillados. Menem nos da pábulo a graciosísimas comparaciones odiosas, (odiosas para él y los de su talla, naturalmente) ya que podemos presumir, sin exagerar, de que somos más altos y facheros que nuestro presidente, y que hacemos el amor con una mayor frecuencia y calidad que el nefasto Don Patillas. "¡ese pigmeo de Menem tiene pinta de garchar muy mal!", como puede oirse sarcásticamente en los ámbitos callejeros y cafeteriles. Y claro, nos sentimos muy realizados. Por ejemplo, en España todavía se paga dinero por ver a unos enanos sufriendo delante de un novillo bravo. Espectáculos como "El Bombero Torero y sus ocho enanitos toreros" recorren las ferias y fiestas celtibéricas con olor a multitudes cachondas. ¿Creen que la gente paga por alabar el arte taurino de los pitufos toreros?. Desde luego que no. Pagan por reirse de sus enanos y con sus enanos, como lo hacían los reyes de la antigüedad con sus bufones de la corte. Más cosas: Se cuenta que los chistes de Franco corrían de boca en boca, sin excepción de estatus social o región dicharachera, y que en la mayoría de ellos se cuestionaba su sexualidad, o como decían los ideólogos del régimen: "virilidad". Era muy gracioso tener en la jefatura del estado a un enano mal eyaculante y católico-apostólico-romano. Otro milico enanito estuvo a punto de gobernar el mundo: Napoleón Bonaparte. Otro dios vivo universal era un desperfecto unitesticular: Adolf Hitler. Todos ellos son criaturitas familiares y extrañas que nos alegran la vida. Jamás podríamos prescindir de su grata compañía minúscula por que viven instalados en nuestro consciente y subconsciente. Llamamos a nuestros hijos pequeños "enanos", "bichitos" o "pitufitos". Pedro Picapiedra llama a Pablo Marmol "enano", una manera de marcar distancias y centímetros con su pusilánime segundón. Lo mismo le sucede al inefable oso Yogui, al que no podríamos imaginarnos sin su fiel Bubú, ni a Tom sin Jerry, ni a Silvestre sin Piolín... Discúlpenme si entre mis queridos lectores hay algún enano o extraterrestre que haya podido ofenderse, lo cual no sería de extrañar. Yo también soy bajito e intento entretenerles con estas reflexiones animadas. La verdad ¡es que me divierto como un enano!!! |