Extrañas criaturitas volver


Seguro que entre aquellos osados marinos que partieron con Cristobal Colón del muy marineril puerto de Palos, los había que soñaban encontrarse en la remota Cipango con hombrecillos verdes de grandes ojazos y sobresalientes antenas. Es una constante del ser humano fabular acerca de lo que desconocemos y atribuirles a otros pueblos, remotos o próximos, propiedades de seres inferiores. Nos divierte y "engrandece" pensar que los japoneses tienen un pito muy pequeño y que los hipotéticos extraterrestres son enanitos medio pelotudos. Y para que la distancia sea más acusada, a unos les definimos como "esos malditos amarillos" y los otros son simplemente "hombrecitos verdes". De esta manera, si los primeros han logrado situarse tecnológicamente a la cabeza del mundo, no nos parece tan relevante la hazaña, pues consideramos que su masculinidad deja mucho que desear. Harían el ridículo compitiendo con los superdotados strippers de Occidente. Y respecto a los marcianitos - o de la galaxia que sean - aún reconociendo que han desarrollado una tecnología de punta que les permite viajar a la velocidad de la luz, pensamos en ellos muy cínicamente: ¿de qué les sirve esta cibernética virtud cosmonáutica siendo tan pequeñitos y feos?. Fíjense: el maestro Yoda, la mente más privilegiada de toda una civilización impactante, es condenadamente feo el pobrecito, orejudo y escuchimizado como él solo o como un conejo hambriento, y ni siquiera alcanza los cincuenta centímetros de estatura de extraterrestre petiso. Además, se expresa de una forma tan sumamente retorcida, destrozando la sintaxis y haciendo gala de una filosofía basura espiritual belicista, que más parece un político militarista borracho que un líder bondadoso intergaláctico. Hay otro enanito, ET, que también es buenísimo y heroico, pero se nos presenta infinitamente torpe, asustadizo, cabezón, gangoso e infantiloide, aunque luego sea capaz de sorprendernos con la fantástica escenita de poner en órbita las bicicletas o encender un dedo como si fuese una salchicha luminosa. Pero lo innegable es que es más feo y bajito que nosotros, los creativos humanos. ¡Oh, nosotros los reyes del Mundo y de la Creación enterita!... ¿Y qué me dicen de los hobbits, esos héroes magníficos de la literatura y el tecnicolor, capaces los muy buenazos de enfrentarse a miles de peligros horripilantes y salir indemnes?. Bueno, pues que son muy chiquitines y tienen unos pies grandes y peludos, algo así como cruza entre Tweety y Piegrande. ¿Y los pitufos?. Estos son divertidísimos y azulitos porque así podemos distinguirlos mejor de los "malditos amarillos".

La cuestión estriba en que todas las criaturitas deben resultarnos familiares y a la vez extrañísimas. Les añadimos por ello colores y defectos muy llamativos. Si se trata de seres reales, pues damos en reirnos de su estatura y color, versus orientales y otros que enseguida veremos. Si son criaturillas imaginarias, hacemos todo lo posible por defenestrarlos, pariéndolos cual engendros pequeñuelos y estúpidos. ¿Y qué me dicen ustedes de los negros?. Aquí la naturaleza nos ha jugado una mala pasada, pues queda en entredicho nuestra genitalidad longicauda, lucidora de paquetón y exploradora de puntos G. ¡Pues no, señores!... Para desquitarnos tenemos a los genuinos pigmeos. ¡Oh, cuantas veces hemos utilizado como insultos las palabras pigmeo, enano, liliputiense, pitufo, medio hombre ...! En este país donde la envidia es el pecado nacional, tuvimos como presidente del gobierno a un señor de talla bonsai, Carlos Menem... y después se quejan.

Eso nos engrandece sobremanera, pues al verlo tan petiso, patilludo, cara de fiestero en pedo, crece nuestra propia autoestima. Lo malo sería contar con un presidente que diese la imagen de un Richard Gere o un Harrison Ford, pues entonces nos sentiríamos tremendamente humillados. Menem nos da pábulo a graciosísimas comparaciones odiosas, (odiosas para él y los de su talla, naturalmente) ya que podemos presumir, sin exagerar, de que somos más altos y facheros que nuestro presidente, y que hacemos el amor con una mayor frecuencia y calidad que el nefasto Don Patillas. "¡ese pigmeo de Menem tiene pinta de garchar muy mal!", como puede oirse sarcásticamente en los ámbitos callejeros y cafeteriles. Y claro, nos sentimos muy realizados. Por ejemplo, en España todavía se paga dinero por ver a unos enanos sufriendo delante de un novillo bravo. Espectáculos como "El Bombero Torero y sus ocho enanitos toreros" recorren las ferias y fiestas celtibéricas con olor a multitudes cachondas. ¿Creen que la gente paga por alabar el arte taurino de los pitufos toreros?. Desde luego que no. Pagan por reirse de sus enanos y con sus enanos, como lo hacían los reyes de la antigüedad con sus bufones de la corte. Más cosas:
¿Por qué suponen ustedes que la dictadura de Francisco Franco duró la friolera de cuarenta años? Pues porque Franco era un enanito de voz aflautada, paticorto y picha fría. Hacía mucha gracia verle desfilar bajo palio como un pequeño madelman glorioso. (Él se creía iluminado por la Gracia de Dios).

Se cuenta que los chistes de Franco corrían de boca en boca, sin excepción de estatus social o región dicharachera, y que en la mayoría de ellos se cuestionaba su sexualidad, o como decían los ideólogos del régimen: "virilidad". Era muy gracioso tener en la jefatura del estado a un enano mal eyaculante y católico-apostólico-romano. Otro milico enanito estuvo a punto de gobernar el mundo: Napoleón Bonaparte. Otro dios vivo universal era un desperfecto unitesticular: Adolf Hitler. Todos ellos son criaturitas familiares y extrañas que nos alegran la vida. Jamás podríamos prescindir de su grata compañía minúscula por que viven instalados en nuestro consciente y subconsciente. Llamamos a nuestros hijos pequeños "enanos", "bichitos" o "pitufitos". Pedro Picapiedra llama a Pablo Marmol "enano", una manera de marcar distancias y centímetros con su pusilánime segundón. Lo mismo le sucede al inefable oso Yogui, al que no podríamos imaginarnos sin su fiel Bubú, ni a Tom sin Jerry, ni a Silvestre sin Piolín...
Y si algo se nos pierde decimos que "es cosa de duendes", que deben ser algo así como una especie de enanitos mitológicos burlones. Y cuando citamos enojados a ese familiar o vecino bajito, lo hacemos con rabia y desprecio firme: "¡enano de mierda!". Somos así de maravillosos.
La más famosa película de Walt Disney sigue siendo Blanca Nieves y los siete enanitos. A la mujer 10, Bo Derek, le pusieron a su lado un actor enano, Dudley Moore, para que no se notase mucho que ella también es bajita. El malo más ridículo que se enfrentó a Batman fue Dany de Vito.

Discúlpenme si entre mis queridos lectores hay algún enano o extraterrestre que haya podido ofenderse, lo cual no sería de extrañar. Yo también soy bajito e intento entretenerles con estas reflexiones animadas. La verdad ¡es que me divierto como un enano!!!